
CHICAGO — Incluso cinco décadas después, el ex fiscal federal Dick Schultz tiene una idea bastante buena de cuándo el legendario juicio de los Chicago 7 comenzó a descarrilarse: durante el testimonio del primer testigo.
Ese día, en septiembre de 1969, el juez de distrito de Estados Unidos Julius Hoffman detuvo el juicio después de ser informado de que un jurado había recibido una carta amenazadora supuestamente enviada por los Black Panthers. Hoffman, famoso por su férreo control de su sala, dijo a los abogados de ambas partes que se guardaran la información para poder interrogar al jurado en privado, reveló Schultz al Chicago Tribune en una entrevista.
En vez de ello, los acusados dieron una conferencia de prensa a la hora del almuerzo en la que declararon que la carta amenazadora había sido enviada por el gobierno como parte de un "complot" para contaminar al jurado. Hoffman, furioso, ordenó que los jurados fueran aislados por el resto del juicio de cinco meses.
A la mañana siguiente, el abogado defensor William Kunstler pidió una audiencia de emergencia sobre el origen de la carta, buscando el testimonio de nada menos que el director del FBI J. Edgar Hoover y el fiscal general John Mitchell, dijo Schultz.
"Eso me dio una idea de hacia dónde íbamos", dijo Schultz. "Y fue cuesta abajo a partir de ahí".
Schultz, de 82 años, es el último abogado vivo de ambos lados del juicio de los Chicago 7, en el cual activistas políticos fueron acusados de conspirar para incitar disturbios durante la Convención Nacional Demócrata de 1968 en Chicago.
El caso de los Chicago 7 atrajo la atención nacional y puso de manifiesto las profundas divisiones del país en torno a la Guerra de Vietnam y los derechos civiles, así como la imparcialidad del sistema de justicia penal. Entre los acusados de alto perfil se encontraban el fundador de los "Yippies", Abbie Hoffman, el icono de la contracultura Jerry Rubin y Bobby Seale, uno de los cofundadores del Partido Black Panther.
La atmósfera circense del juicio (que incluyó frecuentes peleas a puñetazos en la sala, arrebatos de cantos y cánticos, y, quizá lo más famoso, la orden del juez de atar y amordazar a Seale en la mesa de la defensa) ha sido adaptada como una película de gran presupuesto en "The Trial of the Chicago 7", escrita y dirigida por Aaron Sorkin y que ahora se emite en Netflix.
Schultz, quien es interpretado en la película por el actor Joseph Gordon-Levitt, dice que disfrutó algunos aspectos de la versión hollywoodense de Sorkin, pero que al final "no tocó lo que realmente pasó".
"Todo era tan exagerado que uno pensaría que el juez estaba llevando a cabo un juicio en la Unión Soviética", comentó. También pensó que fue falsamente retratado como algo avergonzado por toda la fiscalía cuando en realidad, "fue precisamente lo contrario".
Schultz también discrepó con la escena culminante de la película, cuando es mostrado poniéndose de pie mientras el acusado Tom Hayden lee los nombres de los soldados estadounidenses muertos en Vietnam mientras el grupo es sentenciado.
"Eso nunca sucedió. Fue una fantasía total para Hollywood, y eso está bien", dijo Schultz. El momento en la película fue entretenido, añadió, pero otra cosa: "Nunca le dije al fiscal general de Estados Unidos que no teníamos un caso".
"Sabíamos que teníamos pruebas más que suficientes para condenar", recordó Schultz, hablando de su coabogado, el fiscal adjunto de Estados Unidos Thomas Foran, quien murió en 2000. "La única pregunta era si podríamos llegar a un veredicto".
Como joven fiscal, Schultz era el jefe de la división criminal de la oficina fiscal de Estados Unidos cuando estallaron los disturbios en agosto de 1968. Estaba en el Chicago Hilton y en las calles de Lincoln Park y el Loop viendo cómo se desarrollaba la violencia entre la policía y los manifestantes.
"Lo vi todo", dijo Schwartz en una entrevista telefónica la semana pasada desde su casa en Glenview. "Intentaba hacer lo que podía, pero no logré nada".
Más tarde, ayudó a dirigir una investigación del gran jurado sobre los disturbios, que resultó no solo en cargos criminales contra ocho manifestantes, sino también en varias acusaciones contra agentes policiales, todos los cuales fueron finalmente absueltos.
Schultz señaló que su oficina era muy consciente de que el juicio de Hoffman y sus coacusados iba a ser utilizado como plataforma para sus creencias y para clavar un tenedor en el ojo de lo que percibían como un sistema legal racista e injusto.
Antes de que el juicio empezara, dijo Schultz, los acusados anunciaron a sus seguidores que "la gente debería venir a este juicio y combatir a los cerdos en Chicago como lo hicieron hace un año".
"No nos sorprendió nada de eso", señaló. "Eran revolucionarios, e iban a intentar destruir nuestro juicio. Y lo hicieron muy bien".
Schultz dijo que él y su equipo, que se abstuvieron de hacer comentarios públicos durante el juicio, perdieron la batalla de relaciones públicas desde el principio. Todos los días, las noticias mostraban multitudes de manifestantes fuera del juzgado de Dirksen en South Dearborn Street y transmitían el caos desde la sala del tribunal, donde Hoffman a menudo se enfrentaba a los acusados y sus abogados y luchaba por mantener el control.
"Los espectadores en la sala se mostraban totalmente desinhibidos", recordó Schultz. "Hacían cola todos los días para entrar, gritaban obscenidades e interrumpían los procedimientos".
Si las cosas empezaban a descontrolarse, un ayudante del alguacil de Estados Unidos eventualmente tenía que intentar atravesar las filas de espectadores para sacar al infractor de la sala. La persona a menudo se defendeía, y tan pronto como lo hacía, otros acudían en su ayuda e "iban tras los alguaciles", quienes se veían obligados a pedir refuerzos, dijo Schultz.
Lo que a menudo ocurría le recordaba a Schultz una escena de pelea en un bar de una vieja película del Oeste.
"Solían encantarme esas películas, en las que se lanzaba a la gente por encima de la barra y se rompían sillas sobre las cabezas de la gente", comentó Schultz. "Cuando estaba en el tribunal viendo todo esto, era como lo que veía cuando era niño. Era muy emocionante. Pero también doloroso".
En parte debido a las interrupciones diarias, el juicio se prolongó durante casi cinco meses, con un total de 160 testigos. Las agencias del orden federales le notificaron a Schultz que su vida podía estar en peligro y recibió protección policial las 24 horas en su casa. Dijo que empezó a afectarle a él y a su compañero, Foran, pero que estaban decididos a seguir adelante.
"Cada mañana, Tom y yo tomábamos un ascensor privado hasta el piso 23. Nos quedábamos allí en silencio durante uno o dos minutos y nos mirábamos el uno al otro", recuerda Schultz. "No había mucho que decir".
Dijo que Foran a veces bajaba la cabeza y decía: "Preferiría estar en el dentista".
"Y yo me sentía de la misma manera", dijo Schultz. "Era como entrar en un circo cada mañana".
También hubo momentos de frivolidad. En algún momento en medio del juicio, la esposa de Schultz llevó a su hija de 10 años a ver el testimonio de un testigo conocido por cantar canciones de protesta. Después de que los abogados de la defensa preguntaran al testigo si podía tomar su guitarra y cantar unos compases, Schultz se puso en pie de un salto y se opuso.
Desde la parte de atrás de la sala, Schultz oyó la voz de su hija gritar: "¡Ay, papá, déjalo cantar!"
Schultz también dijo que cree que el momento más infame del juicio es uno de los más incomprendidos. Cuando Hoffman ordenó atar y amordazar a Seale en octubre de 1969, dijo Schultz, fue la culminación de una serie de eventos cuidadosamente orquestados en los que los abogados del líder de los Black Panthers se retiraron del caso o se negaron a participar en su defensa. Seale, mientras tanto, argumentaba en voz alta a cada paso que se le negaban sus derechos de defensa.
Cuando Hoffman negó la moción de Kunstler de retirarse, lo que Schultz comentó que estaba obligado a hacer según la ley, Seale estalló en la corte, diciendo al juez: "Escucha, viejo, sigues negándome mis derechos constitucionales y vas a quedar expuesto. ... ¡Eres un racista, fanático fascista!" según el recuerdo de Schultz.
Schultz agregó que en ese momento todo el mundo, incluyendo a Kunstler y Seale, estaba al tanto de un fallo de la corte federal de apelaciones de Chicago, unos meses antes, que decía que los acusados indisciplinados no podían ser removidos de su propio juicio, incluso si tenían que ser sujetados.
Que Hoffman ordenara eventualmente ese remedio para Seale parecía en ese momento como un tren imparable, expresó Schultz.
"Todo el asunto fue un montaje, una forma de atar y amordazar a Seale para poder demostrar al mundo que los tribunales federales eran racistas", señaló Schultz. "Lo controlaron hasta el final. No había nada que pudiéramos hacer".
Cuando el jurado entró en el estrado y vio a Seale atado a la mesa, se miraron sorprendidos, dijo Schultz. "Uno de ellos comenzó a llorar. Era triste verlo".
El reportaje del Tribune en el periódico del día siguiente describió cómo Seale intentó levantarse a la llegada del jurado e "hizo sonar sus cadenas y grilletes contra su silla de metal", con la boca cubierta con un paño y varios pedazos de cinta blanca.
El relato decía que la gota que colmó el vaso para Hoffman fue cuando Seale intentó arremeter contra Schultz durante un arrebato en la sala del tribunal ese mismo día.
Seale fue finalmente separado del juicio y sentenciado por Hoffman a cuatro años por desacato criminal, un cargo que más tarde fue revocado por el tribunal de apelación. El gobierno decidió no volver a juzgarlo por los cargos de conspiración.
El 18 de febrero de 1970, el jurado absolvió a cada uno de los siete acusados restantes del cargo de conspiración. Cinco, incluyendo a Abbie Hoffman, fueron condenados por cruzar las líneas estatales para incitar a un motín y más tarde fueron sentenciados a cinco años de prisión, pero esas condenas también fueron revocadas, al igual que las sentencias por desacato dictadas por Hoffman.
Schultz, mientras tanto, dejó la oficina del fiscal de Estados Unidos poco después de que el caso terminara y se forjó una carrera en la práctica privada. Pese a toda la renovada atención sobre los acontecimientos del juicio, dijo que la historia siempre ha parecido sesgada, dependiendo de quién la cuente.
"Se renegó de nosotros y se rieron de nosotros", dijo. "Ellos (los acusados) parecían ser gente cariñosa y amable que estaba siendo oprimida. Todas las noches veía las noticias de la televisión y pensaba: '¿Estábamos en el mismo jugado?'"
– Este texto fue traducido por Kreativa Inc.