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Leslie Barker

Nunca se es demasiado viejo para hacer ejercicio, dicen estos ancianos

DALLAS— Cuando uno tiene 80 o 90 años, o tal vez 70 o 60, puede pensar que el tren del ejercicio ha abandonado la estación y que se está perfectamente feliz al no estar a bordo.

Pero el ejercicio —o el movimiento, si suena menos intimidante— es imperativo y factible sin importar la edad.

"Mi madre sale a un pasillo de la residencia para ancianos en donde vive en Florida, y camina de ida y vuelta varias veces al día", dijo Eduardo Sánchez, director médico de prevención de la Asociación Americana del Corazón. "Si mi madre de 87 años puede salir a la calle y hacer eso, todo el mundo puede hacerlo y sentirse bien al hacerlo. Nunca es demasiado tarde para empezar".

"Cada movimiento cuenta".

Esa filosofía es exactamente la que elogia y experimente Patricia Lewis. Cumplió 82 años el 15 de febrero, y lo suyo es lo que ella llama "cotidianidad".

"Hago algo cada día", dijo Lewis, una neoyorquina con un transplante, quien se trasladó a Richardson hace 10 años para estar cerca de su hija y de su nieto. "La cotidianidad determina tu calidad de vida".

En Nueva York caminaba regularmente dos millas por una ciclovía cercana a su departamento y practicaba yoga en una clase y en su casa.

"Todas las mañanas hacía un saludo al sol, solo para conectar todos los puntos del cuerpo y las articulaciones y despertar mi cuerpo", dijo. "Luego me operaron de la rodilla y ya no he podido hacerlo. Así que me pregunté: '¿Qué puedo hacer ahora? ¿Qué tanto puedo hacerlo? ¿Qué tan poco?".

Recordó a su instructora de yoga "insistiendo en la importancia de mover tu cuerpo y tus pensamientos", dijo Lewis. "Me demostró que las cosas que haces regularmente determinan tu calidad de vida".

Así que tomó clases de aeróbic acuático, pero dejó de hacerlo, ya que la piscina se mantenía fría para los equipos de natación que practicaban allí. Se apuntó a una clase de yoga en silla en Richardson Senior Center, a donde va todos los lunes. Después de la clase, pedalea en una bicicleta estática durante media hora.

Lewis intenta, normalmente con éxito, cumplir las Pautas de Actividad Física para los Estadounidenses del gobierno: 150 minutos de intensidad moderada a la semana. Si no sale a caminar, pone un cronómetro y cada hora camina 10 minutos por su casa. También tiene una rutina de 6 minutos para despertarse, la cual suele seguir.

"Hago estiramientos, corro un poco sin desplazarme, además de sentarme y pararme con los brazos cruzados o estirados frente a mí. Cuando era niña, solía saltar a la cuerda al estilo Double Dutch. No tengo una cuerda, pero intento usar esos pasos para hacer trabajar mi cuerpo".

La cotidianidad de Lewis le da un compromiso positivo para cuidarse, dijo.

"Me encanta la sensación de movimiento y me encanta sentir que estoy cuidando mi cuerpo. En mis años de juventud lo daba por sentado. Ahora puedo apreciar el maravilloso instrumento que es el cuerpo; he llegado a respetarlo más que nunca".

Para Ron Fisher, el ejercicio es un hábito que comenzó cuando era adolescente y perfeccionó en el ejército de Estados Unidos, y que continuó a lo largo de sus 40 años hasta llegar con determinación y firmeza a los 80. Va al gimnasio seis días a la semana por dos horas: durante la primera, hace ejercicios de fuerza con la parte superior o inferior del cuerpo, y, durante la segunda, usa una caminadora o aguanta una clase de spinning en la que hay gente décadas más joven.

"Todavía me siento como si tuviera 40 años", dijo Fisher, quien cumple 84 años el 17 de febrero. "Mi peso es el mismo que cuando tenía 19 años. Llevo la misma talla de pantalones que cuando tenía 19 años. Mis signos vitales son los mismos que cuando tenía 19 años".

Siempre que ve a su médico, le dice que le dan ganas de irse a su casa y hacer ejercicio. Su anterior médico le llamaba su "paciente estrella".

"Después de todos estos años, hacer ejercicio es un hábito que no puedo dejar", dijo. "Me gusta mucho la gente que conozco en el gimnasio, y espero poner el ejemplo. Lo disfruto. Me alegra ir al gimnasio y me siento muy bien al salir de ahí".

Cuando en 1983 Mary Bennett se mudó al vecindario al que llama hogar, se alegró de que Park South Family YMCA estuviera a solo tres cuadras.

"Sabía que el ejercicio era bueno para una", dijo Bennett, de 82 años, "así que me inscribí al YMCA y volví a vivir".

Se iba caminando a las clases después de salir del trabajo; una vez que se jubiló, siguió yendo a las clases. Después de sufrir un derrame cerebral en 2019, dejó el aeróbic acuático, pero es raro el lunes o el miércoles por la mañana en los que no es una de las leales asistentes a una clase de ejercicios para personas mayores. Le gusta especialmente cuando la clase de los miércoles incluye baile en línea.

"Espero que con esto no me convierta en una persona sedentaria", dijo Bennett, "que pueda levantarme y ser independiente y hacer cosas por mí misma. Además, esto también me ayuda a usar mi cerebro. Hay que pensar un poco: ¿se supone que mi pie debe ir hacia delante o hacia el lado? Tienes que seguir el ritmo del instructor. Pero lo principal es que te mantengas en movimiento".

Después de las clases, le gusta quedarse a tomar un café con sus compañeros. En casa, sus actividades incluyen lavar la ropa y hacer tareas domésticas ligeras. Puede que salga a pasear por su jardín, deleitándose al sentir el sol en su piel y al respirar aire fresco.

Tengo amigos a los que trato de convencer para que hagan ejercicio", dijo, "pero no hacen más que hablar de sus dolencias, y tienen una actitud de 'pobre de mí'. Les digo que, aunque no quieran estar con un grupo, quizá puedan juntarse con un vecino que también esté en casa, como ellos. Les digo que pueden subir por un lado de la calle y bajar por el otro".

Está deseando asistir a sus clases, ver a sus amigos y sentirse rejuvenecida al final de la hora.

"El ejercicio te hace sentir mejor contigo misma", dijo. "Y con la vida. Con la vida".

Brenda Heckmann, quien cumplirá 81 años el 20 de febrero, cree en el movimiento tanto o más que cuando tomó su primera clase de baile cuando era niña. Ha hecho de todo: baile, esquí acuático y clases de aeróbic, de las que también ha sido profesora.

Cuando tenía unos 40 años, se sometió a una mastectomía un año y a otra al siguiente. Tres años después, sufrió un accidente de coche casi mortal. Sobrevivió, pero sufría de terribles dolencias. Probó con yoga y los pilates, pero el dolor era implacable.

Entonces se metió en el agua y empezó a correr en aguas profundas y a hacer aeróbic.

"La primera vez que lo hice, no me dolía", dijo. "Sentí que era una respuesta del cielo".

Se certificó para enseñar aeróbic para la artritis, lo que ha estado haciendo en Moody Family YMCA en Dallas desde 1991. Actualmente imparte una clase; el resto del tiempo, cuando está en allí, hace un entrenamiento personal en el agua.

"Mi nivel de dolor puede controlarse si voy a la piscina tres o cuatro veces a la semana y si hago buenos estiramientos por la mañana, al levantarme", dijo. "Todos necesitamos movernos. Nacimos con demasiadas partes móviles como para no movernos".

Heckmann aboga por el ejercicio en el agua para todo el mundo, independientemente de su edad. O, si no estás cerca de una piscina, camina, dijo.

"Si te sientas y no haces nada, eres más propenso a la depresión y la ansiedad", dijo. "Hay que hacer fluir la sangre, llenar los pulmones. Moverse es una de las cosas más importantes que hay que hacer. Hay que mantener los músculos en movimiento para conservar la vitalidad, y queremos ser vitales hasta el día en el que dejemos esta Tierra".

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