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Marin Wolf

Dos años de COVID-19 creado una segunda pandemia silenciosa, una de pena

DALLAS— El dolor es difícil de cuantificar.

Sí, los investigadores pueden medir cuánto tiempo han pasado los tejanos en la pandemia por coronavirus (casi dos años), cuántos casos confirmados ha habido en el estado (más de 5.4 millones) y cuántos tejanos han muerto a causa del virus (más de 83,000), con más de 14,200 muertos en los cuatro principales condados en el norte de Texas.

Pueden medir los días de encierro, los días de ausencia en la escuela y el tiempo promedio que cada persona pasará en cuarentena debido a la exposición al virus.

Incluso pueden medir cuántas camas de hospital están abiertas, cuántas enfermeras hemos necesitado y cuántos trabajadores médicos abandonarán la profesión por el agotamiento causado por el COVID.

Lo que no pueden medir es la insondable cantidad de pérdidas causadas por el coronavirus.

Después de cuatro oleadas de múltiples variantes de COVID-19, la pandemia parece estar remitiendo. Los mandatos de uso de mascarillas se han anulado para muchos de nosotros y la vida sigue adelante. Pero, para los que han dejado atrás a las víctimas del COVID, cualquier sensación de normalidad —cualquier parecido con la vida anterior a la pandemia— está todavía muy lejos.

Una segunda pandemia silenciosa, conocida como duelo, se ha apoderado de muchos en Texas y en otros lugares que han perdido a sus seres queridos.

Los expertos advierten que, si intentamos volver a la vida tal y como la conocíamos, sin enfrentarnos al trauma infligido por dicha pérdida, corremos el riesgo de sufrir efectos perjudiciales para nuestra salud mental, emocional y física.

Aunque hay recursos disponibles para las familias en duelo —en su mayoría gestionados por organizaciones privadas y sin ánimo de lucro—, algunos defensores afirman que el gobierno no está haciendo lo suficiente mientras nos adentramos en esta pandemia de dolor.

Para obtener ayuda económica y emocional, primero hay que reconocer el costo del duelo. A diferencia de muchas otras culturas, la estadounidense suele ignorar, en lugar de aceptar, el hecho de que la muerte es una parte natural, aunque extremadamente difícil, de todas nuestras vidas.

"No hay una respuesta definitiva al dolor, porque nuestro amor no tiene fin", dice Allison Gilbert, periodista y autora que escribe acerca del dolor y la resiliencia. "Tenemos que recordar que nuestro amigo o compañero de trabajo va a experimentar esta pérdida mientras esté vivo".

Hablar de la pérdida es el primer paso para reconocer su peso.

El impacto del duelo por el coronavirus es de gran alcance. En 2020, los investigadores idearon un indicador para medir ese impacto, llamado multiplicador de duelo por COVID-19. Según el análisis, por cada muerte por COVID en Estados Unidos, nueve estadounidenses supervivientes perderán a un abuelo, padre, hermano, cónyuge o hijo.

Según esta estimación, hay más de 747,000 personas que han perdido a un familiar cercano en Texas a causa del virus.

Entre ellas se encuentra Kornitki Sledge, de Dallas, quien perdió a su madre y a su abuela en cuestión de semanas, lo que la empujó a asumir el papel de cuidadora emocional de toda su familia. Ha adoptado una apariencia fuerte para apoyar sus parientes, mientras que internamente se siente como "un barco a la deriva".

También está Jennifer García, de Fort Worth, quien ya no puede entrar en ciertos restaurantes porque le recuerdan a la última vez que estuvo allí con su difunto padre, Alex Arango. Le duele pensar en la música, los aperitivos y los recuerdos que él y su familia disfrutaron juntos.

Y cada noche, Carmen Achee, de Fort Worth, se sorprende mirando el reloj, esperando la llamada diaria de su suegro, fallecido en agosto. Su teléfono nunca suena.

A pesar de toda la angustia provocada por el COVID-19, la pandemia de dolor también ha demostrado el poder de la resistencia humana. Según los expertos, la pandemia puede cambiar para mejor la forma en que las comunidades piensan y procesan la muerte.

"Me han inspirado y me han hecho sentir humilde las formas en las que la gente ha encontrado maneras de cuidar no solo de su propio bienestar, sino también de apoyar a los demás", dijo Adam Brown, profesor asociado de psicología en New School for Social Research de Nueva York.

El duelo por una muerte durante el COVID-19 es diferente al de cualquier otro momento de la historia reciente. Los pacientes de COVID suelen morir solos en el hospital debido a los protocolos de aislamiento, lo que obliga a los familiares a dejar de lado la forma en la que imaginaban despedirse de un ser querido.

Los últimos abrazos y apretones de manos a menudo se convierten en últimos besos soplados a través de las pantallas de una videollamada.

Ese distanciamiento suele continuar durante el proceso de duelo. El distanciamiento social y las órdenes de cierre retrasaron o interrumpieron los servicios funerarios y las reuniones religiosas, obligando a las comunidades a cambiar la forma de reconocer y conmemorar la pérdida.

"Los rituales proporcionan esa sensación de calma, esa sensación de protección, esa sensación de poder referirse a algo familiar en muchos casos, si se trata de tradiciones culturales o religiosas. Y eso nos ayuda a dar sentido a lo que no lo tiene, que es tratar de asimilar una pérdida tan profunda", dijo Gilbert.

Existen, por supuesto, soluciones creativas que las familias han implementado para llevar a cabo un duelo colectivo, desde memoriales virtuales y servicios religiosos hasta funerales socialmente distanciados.

La mayoría de las opciones de apoyo a las familias que lloran la muerte de un ser querido se estructuran a través de organizaciones privadas, como las iglesias o las organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas al duelo.

A raíz del COVID, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) le está proporcionando ayuda para la financiación de funerales a las familias que hayan sufrido una muerte por el virus después del 20 de enero de 2020.

Pero algunos grupos, como la organización de atención al duelo Evermore, dicen que el gobierno debería hacer más para apoyar a las familias en duelo.

La Ley de Licencia Familiar y Médica (FMLA), que le ofrece algunas protecciones a los empleados que necesitan ausentarse del trabajo para su atención médica o la de sus familiares, no extiende en gran medida la cobertura a la licencia por duelo. Esto deja poco espacio para que las familias puedan llevar a cabo el duelo de forma adecuada o atender las responsabilidades posteriores al fallecimiento, argumenta Evermore.

Las muertes por COVID —en concreto, el final físicamente traumático y a menudo violento que sufren las personas a causa del virus— podrían servir de llamada de atención respecto a la forma en la que la cultura estadounidense ve la muerte, afirma Holly Prigerson, codirectora del Centro de Investigación sobre la Atención al Final de la Vida de la Universidad de Cornell (CU).

La muerte es un hecho inevitable de la vida, pero puede ser difícil de aceptar, especialmente cuando es repentina o inesperada. Pocas personas que padecen COVID piensan que morirán a causa de la enfermedad, aunque eso no sea representativo de la realidad. Más de una de cada 100 personas que contraen el virus en Estados Unidos morirá a causa de él, según datos del Centro de Recursos sobre el Coronavirus (CRC) de la Universidad Johns Hopkins (JHU).

Las familias suelen presionar para que se tomen medidas para salvar la vida de sus seres queridos, como la intubación, incluso cuando las posibilidades de supervivencia son escasas.

"No es un buen augurio para la comodidad del paciente ni para sus posibilidades de supervivencia o de beneficiarse de estas medidas heroicas", dijo Prigerson. "Hemos publicado datos que muestran que los familiares de los pacientes que mueren [en la unidad de cuidados intensivos (ICU)] tienen un mayor riesgo de trastorno de estrés postraumático seis meses después y mayores tasas de trastorno de duelo prolongado".

Prigerson y otros profesionales de los cuidados al final de la vida están desarrollando intervenciones para preparar a los familiares en ICU en cuanto a lo que probablemente van a experimentar, de modo que puedan tomar decisiones sensatas. La educación relacionada con la realidad de la muerte y el fallecimiento puede ayudar a los familiares supervivientes a afrontar mejor la pérdida.

"Es necesario educar respecto a lo que son los cuidados fútiles y gravosos", dijo. "Creo que nadie quiere ser la persona que diga que no hay esperanza. Especialmente un médico. No quieren decir que no pueden hacer nada, pero saben que no es útil para nadie. Y es una especie de juego triste y muy trágico".

No hay mucho consuelo cuando un ser querido muere por COVID. Las preguntas de si se podría haber hecho algo más o si una decisión llevó a alguien a contraer el virus probablemente nunca tendrán respuesta.

Para algunas familias ha sido difícil encontrar un cierre. Los protocolos por COVID les impidieron despedirse. En octubre de 2020, Alex Arango murió en el hospital sin que sus seres queridos estuvieran a su lado.

"Creo que algo que todavía me mata es saber que no pude despedirme", dijo su esposa, Anita. "Eso es algo que me desgarra, que no pude decirle que todo estaba bien. Que yo estaría bien".

Hay algo de consuelo en el gran número de familias que se enfrentan a las mismas preguntas y al mismo dolor.

"Hay comunidad y hay fuerza en los números", dijo Gilbert. "Cuando puedes reunirte y sentirte parte de una comunidad que también entiende tu dolor, hay un sentido de pertenencia y un sentido de conexión que puede hacer que algunas personas se sientan más fuertes".

____

(La investigadora Naomi Kaskela contribuyó a este informe).

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